Un empresario no debe hacer abuso de poder, ejercer la violencia verbal, ser autoritario y maltratar a sus empleados para imponer el miedo como instrumento de gestión.
El estrés generado por la gestión, la impotencia para solucionar un problema, la realización de un mal negocio o errores cometidos por los empleados suelen ser causas que alteran a los empresarios y les provocan reacciones negativas hacia sus empleados. Al alterarse o desequilibrarse emocionalmente suben el tono de voz, maltratan verbalmente a su entorno o descalifican a sus colaboradores si cometen errores con palabras agresivas.
Es cierto que muchas veces esas conductas o reacciones negativas no se pueden controlar a voluntad porque ningún empresario –hasta el más tranquilo y sereno– está exento de atravesar una crisis que lo desborde emocionalmente y lo lleve a tener un momento de furia. Hace falta disciplina, autocontrol, educación, tolerancia y mucho temple para no gritar o salirse de las casillas ante ciertos hechos que irritan, hieren sentimientos o generan pérdidas patrimoniales. Las emociones, las broncas, las traiciones, el estrés o haber pasado una mala noche suelen acumularse en el cuerpo y mente del empresario impulsándolo a actuar de manera desequilibrada ante determinadas situaciones. Somos humanos y tenemos flaquezas que pueden hacernos perder la paciencia y tener comportamientos negativos hacia los demás ante situaciones de tensión.
Sin embargo, la explicación por qué las personas pueden perder el control y reaccionar de manera desequilibrada –gritando o descalificando a los demás– no implica que se deben aceptar o justificar esos comportamientos negativos que generan daños en quienes reciben el maltrato. Existe un amplio consenso social en cuanto a la necesidad de repudiar todo tipo de violencia física, verbal o gestual hacia los otros. En todos los ámbitos existen normas jurídicas y pautas de comportamiento que sancionan el maltrato, la violencia, el autoritarismo, el abuso de poder y las descalificaciones porque dañan la convivencia social y los derechos de aquellos que han sido afectados.
Actualmente un elevado porcentaje de la sociedad repudia y exige que se erradique el maltrato y violencia de cualquier índole en todos los ámbitos sociales y personales. Esta exigencia es mayor en aquellos ámbitos económicos en donde prevalecen relaciones de poder que son utilizadas de manera abusiva en beneficio de los que mandan. En el caso específico de las empresas sus directivos muchas veces utilizan el poder que detentan para descalificar, amedrentar, gritar o denigrar a los empleados.
El autoritarismo, la violencia verbal, la descalificación o el maltrato empresarial no pueden ser parte de una relación laboral.
Los empresarios deben actuar de manera profesional durante su gestión respetando los derechos de sus empleados. No deben abusar del poder y deben evitar todo tipo de desborde emocional que los lleve a ultrajar o descalificar a sus colaboradores. En caso que tengan ataques de furia deben controlarse y pedir disculpas si han herido a alguien de su entorno, tratando de que estos hechos no se repitan.
En el caso que los gritos y las descalificaciones públicas hacia sus empleados sean frecuentes no pueden atribuirse esos desbordes a un desequilibrio emocional esporádico sino que refleja una forma de gestión caracterizada por amenazas y gritos con el objeto de imponer miedo. Al gritar, descalificar, insultar y ejercer una violencia verbal se intenta quebrar la voluntad de los integrantes de la empresa a partir de amenazas, sanciones o promesas de represalias. Se busca amedrentar a los empleados para que acepten las directivas del empresario sin chistar.
Subir el tono de voz, amenazar, descalificar e infundir temor es considerado por algunos empresarios como un instrumento efectivo para que los empleados acepten sus directivas sin desaprobación ni protestas. La descalificación o los gritos son un mecanismo de dominación basado en el autoritarismo y el abuso del poder. Es una herramienta para causar miedo e impedir el disenso. Es un arma para amedrentar a los empleados porque algunos malos empresarios consideran –equivocadamente– que de esa forma se lograrán mejores resultados para la empresa.
No existe justificación para utilizar los gritos y descalificaciones como una metodología de gestión. Los directivos que tienen ese comportamiento reflejan una personalidad autoritaria y abusiva que atenta contra la dignidad y los derechos de las personas. El utilizar esa metodología de gestión convierte la vida de los empleados en un verdadero calvario.
La descalificación, la degradación, humillación y los gritos cuando se instalan como una forma habitual de gestionar se convierte en una adicción por parte de los empresarios y directivos.
Algunos empresarios, a medida que más gritan y humillan a los empleados para que acepten sus directivas, sienten mayor estímulo para hacerlo de manera frecuente. Es como si les encantara escucharse a ellos mismos y disfrutaran de ejercer ese sadismo. Los desplantes, los exabruptos y el mal humor se convierten en el único método que los directivos emplean para vincularse con sus colaboradores llegando a convencerse que es el mejor método para ordenar la tropa detrás de sus objetivos.
Ante la violencia verbal, autoritarismo, el ninguneo o la descalificación los empleados desarrollan un profundo resentimiento y desmotivación para mejorar su trabajo. Cada crítica empresarial le produce una nueva herida que no cicatriza. Es una herida abierta que hiere no solo a quien fue descalificado sino también a todos los compañeros que presenciaron la humillación y solidariamente comparten ese dolor.
Los empresarios descalificadores, abusivos y autoritarios ignoran que con la metodología del grito y la desacreditación no solo generan resentimientos y odios sino que pierden el respeto de sus empleados, el liderazgo y la autoridad sustentada en el consenso. Solo contarán con un equipo de empleados que han perdido la motivación para comprometerse con la empresa aportando ideas y esfuerzo. En ese clima abusivo y degradante desaparece la autodeterminación, la creatividad y la motivación en los empleados, nadie aporta más de lo que los jefes ordenan por miedo a equivocarse, ser objeto de reprimendas o dar más de lo que se merece el empresario autoritario.
La descalificación acaba con la motivación y el estímulo de superación. A pesar de los gritos y las amenazas realizadas por los directivos para que sean más eficientes y no cometan errores los empleados no aportarán mayores esfuerzos ni se comprometerán con la empresa. Al contrario, se pondrán de acuerdo entre ellos para trabajar cada vez menos y para irritar aún más a los jefes. El placer máximo de los empleados será ver en cada grito un acto de impotencia del empresario que no puede lograr sus objetivos aunque cada vez se comporte de manera más autoritaria.
Con el paso del tiempo, los empleados se acostumbran a los gritos y comienzan a ignorar las críticas descalificadoras. Nadie realiza ningún esfuerzo en mejorar lo que cuestionó su jefe ni en corregir los errores. Algunos incluso se burlan con sonrisas cómplices mientras el empresario muestra su enojo y los descalifica a viva voz. Las críticas caen en saco roto aunque no pase lo mismo con el resentimiento acumulado.
Lo bueno es que así como no “hay imperio que dure mil años”, tampoco las gestiones autoritarias y descalificadoras perduran largo tiempo porque llega un momento en que los empleados dicen basta. Lo hacen amparándose en las normas jurídicas que los protegen del maltrato, denunciando a los jefes abusivos o renunciando a sus puestos de trabajo. No importa lo mucho que grite un directivo y el silencio provisorio que obtenga como respuesta, los empleados finalmente habrán de exigir respeto en la justicia y en la empresa.
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