Un emprendedor tiene todo el derecho de defender su gestión pero también debe aceptar las críticas cuando se equivoca y escuchar las sugerencias de su entorno cuando son propuestas mejores a las suyas.
El gestor de un emprendimiento es más sabio cuando es receptivo a las opiniones y sugerencias de los colaboradores, clientes o proveedores. Esa sabiduría se incrementa cuando le presta igual atención a las opiniones que son contrarias a sus pensamientos o cuestionan críticamente sus comportamientos. Escuchar y tener en cuenta las críticas es una actitud inteligente que muchas veces permite aprender de los demás y desechar dogmatismos inconducentes. No cabe duda que las críticas –aunque en algunos casos pueden molestar– son absolutamente positivas cuando son constructivas, permiten superar errores, mejorar estrategias, optimizar la gestión y aumentar la creatividad.
Un emprendedor no puede aferrarse caprichosamente a sus ideas y defender tozudamente su gestión haciendo oídos sordos a las críticas que le señalan errores en sus proyectos. Las críticas no pueden ser desechadas porque hiere sentimientos o pone en tela de juicio una idea. Las críticas constructivas y honestas son muy valiosas y deben ser tenidas en cuenta porque ayudan a rectificar estrategias erróneas, aprender de experiencias ajenas o aprovechar oportunidades. Por lo tanto, un emprendedor no puede encerrarse en sí mismo y rechazar las opiniones que no coinciden con las suyas. Esta actitud es negativa porque rechaza opciones que pueden ser mejores y empuja a que el equipo de colaboradores se sienta marginado porque siente que sus comentarios no son tenidos en cuenta. Perciben que sus opiniones o sugerencias no son valoradas, molestan y, en muchos casos, son motivo de marginación por parte del emprendedor.
El emprendedor que quiere crecer y potenciar su esfuerzo personal debe estar abierto a las críticas constructivas que le realizan los demás.
No se puede gestionar oponiéndose sistemáticamente a cualquier propuesta o crítica a la gestión. Rechazar las sugerencias y opiniones divergentes no solo impide trabajar en equipo sino que refleja una conducta engreída que no acepta el disenso. Esta actitud indefectiblemente afecta la gestión y atenta contra lo que debe ser un liderazgo sustentado en el consenso.
El rechazo a las críticas es propio de empresarios soberbios que están más preocupados por su ego y las apariencias que en lograr objetivos exitosos de manera mancomunada con el entorno. En el ámbito económico existen muchos empresarios que consideran que aceptar cuestionamientos de los colaboradores y tener que corregir algunas estrategias a partir de sus críticas les hace perder el prestigio, daña su imagen de perfección y debilita su liderazgo. Piensan que aceptar sugerencias los expone a ser considerado como un empresario débil y dubitativo.
A los empresarios que piensan que aceptar una opinión que cuestiona su gestión les quita autoridad, no les importa si la crítica es certera, justa y apropiada para el crecimiento empresarial, ya que consideran que es más importante demostrar que sus ideas son las que valen. Postura totalmente negativa para una empresa. Los grandes empresarios son los que saben interactuar con sus equipos, cambian sus comportamientos ante críticas acertadas y aceptan las sugerencias que les permiten progresar.
La soberbia de sentirse superior al entorno hace que algunos empresarios rechacen toda observación que cuestione su conducta e ideas.
El fastidio interior que les genera que otros tengan mejores ideas bloquea a muchos emprendedores y los impulsa a rechazar casi de forma automática toda crítica o sugerencia. Lo hacen porque sienten bronca que a otros se les ocurran mejores propuestas, sobre todo si son sus empleados a los que quiere demostrar su superioridad. Son empresarios resentidos, envidiosos y celosos del saber ajeno por lo que no pueden soportar que sus clientes, asesores o colaboradores tengan opiniones mejores a las que sostiene. Los carcome la impotencia y la bronca de no haber sido el artífice de esas ideas o no haber percibido los errores cometidos, por lo que prefiere rechazar o ignorar los aportes críticos aunque en su fuero íntimo sepa que son certeros.
El responsable de una empresa no puede aspirar a lograr la excelencia y potenciar la productividad si no permite que sus empleados opinen o cuestionen aspectos de su gestión. Es su obligación abrir su mente y su gestión para que sus colaboradores participen y se expresen en libertad en un marco de respeto. Es necesario que aprenda que la crítica constructiva es un aporte invalorable que debe tener en cuenta si quiere crecer, superar errores y aprender.
Un emprendedor gestiona de manera correcta cuando se hace cargo tanto de los aciertos como de los errores. Los auténticos líderes escuchan las críticas y no se victimizan echando la culpa de sus desaciertos a otros. Ante un error aceptan las críticas y no buscan culpables para eludir sus responsabilidades. Todo empresario tiene todo el derecho de defender sus ideas y gestión pero también debe tener la capacidad de aceptar las críticas cuando se equivoca. Debe demostrar que está abierto a las sugerencias y propuestas superadoras cuando ayudan a los objetivos de la empresa. No tiene que defender más a su ego que a la empresa. Su principal fortaleza es poner los intereses de la empresa por encima de los propios por lo que todo aporte para beneficio de los objetivos empresariales debe ser tomado en cuenta aunque esto implique abandonar creencias erróneas. Su reputación y liderazgo se engrandece cuando acepta sus fracasos y abre su gestión a las críticas para enmendar los errores.
Brian Tracy, autor de “Emprende tu Propio Negocio”, describe la historia de varios emprendedores exitosos y las razones por las que lograron construir grandes empresas. Uno de esos casos es el de Tom Monaghan que intentó disuadir a sus jefes que modificaran sus conductas empresariales sin lograr que lo escucharan por lo que decidió llevar adelante su propia idea de negocio.
Cuenta Brian Tracy que el joven Tom Monaghan, mientras estudiaba en la Universidad de Michigan, trabajaba como delivery en una tradicional pizzería italiana. Lo más molesto de ese trabajo –según lo expresó Tom en sus memorias– era que en el recorrido diario repartiendo pizzas recibía muchos reproches y quejas de los clientes porque la entrega se demoraba entre una y dos horas.
Al informar a los dueños del local las críticas recibidas le contestaron a Tom que hacer una pizza era un largo proceso que comenzaba con la orden de pedido, luego la preparación de la masa, después condimentar según el gusto solicitado, llevar la preparación al horno para cocinar y finalmente colocar dentro de una caja para enviar al cliente. Por lo tanto –expresaron los dueños de la pizzería– la supuesta demora de los envíos de las pizzas es consecuencia del tiempo que demanda esa larga preparación. “Por lo tanto es imposible disminuir los tiempos de entrega” le expresaron de manera tajante a Tom.
El joven repartidor delivery aceptó las indicaciones de sus jefes y prosiguió repartiendo pizzas mientras seguía escuchando las constantes quejas de sus clientes por la demora en las entregas. Por esta razón, durante un año Tom les reiteró a sus jefes las quejas y le propuso ideas para reducir los tiempos de entrega sin que sus opiniones fueron escuchadas y tenidas en cuenta.
Tom había observado –y así lo hizo saber a los dueños del negocio– que existían 50 variedades de pizza de las cuales solo el 20% concentraban el 80% de los pedidos de los clientes. Por ese motivo les propuso a sus jefes que tuvieran pre-elaboradas las pizzas más demandadas con lo cual ahorrarían tiempo en la preparación y la entrega sería más rápida. Los dueños rechazaron ese plan por ser contrario a su forma de trabajar y a la manera que lo hacían todas las pizzerías italianas de la ciudad.
Tom estaba convencido que la “gente pedía una pizza cuando tiene hambre” por lo que no quiere esperar más de una hora para comer. Consideraba que el hambre no sabe esperar y si no se lo calma de manera rápida la gente se pone quejosa y de malhumor.
Ante la imposibilidad de convencer a sus jefes de realizar los cambios propuestos tomó la decisión de ir en contra de la opinión prevaleciente en las pizzerías de Michigan y decidió llevar adelante su idea original. Alquiló un viejo local cerca de su antiguo trabajo, vendió su auto y pidió prestado dinero a los amigos para poner un negocio con “pizzas pre-elaboradas, con limitada cantidad de gustos y a un precio inferior que la competencia” porque su elaboración era menos costosa al producir en serie. El lema de venta de la nueva pizzería fue: “Entregamos la pizza en 30 minutos y si no llega en ese tiempo, se la damos gratis”.
El emprendimiento de Tom Monaghan al poco tiempo se convirtió en la compañía de pizzas con mayor cantidad de sucursales y facturación de los Estados Unidos y del mundo entero. Esa compañía se llamó Domino’s Pizza.
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