Las creencias económicas de los argentinos impiden reconocer que el mercado es un ámbito comercial eficiente para que la oferta y la demanda compitan libremente para establecer un precio equilibrado que satisfaga los intereses de ambos.
Los argentinos descreen de manera generalizada que el mercado –como lo describe la ciencia económica– sea un mecanismo eficiente y equitativo para ordenar las relaciones entre productores y consumidores. Las creencias dominantes en el colectivo social los llevan a considerar que el mercado es solamente un ámbito físico o virtual donde las empresas privadas imponen sus condiciones y manipulan los precios para beneficiarse indebidamente a costa de los clientes, los trabajadores, los proveedores y los sectores vulnerables de la sociedad. Para la gran mayoría el mercado es un instrumento utilizado por los poderosos para esconder sus felonías, enriquecerse y controlar los procesos de consumo y producción para su propio beneficio.
A partir de esta negativa percepción –racional y emocional– es comprensible que una parte importante de los argentinos rechacen la idea que las relaciones económicas pueden ordenarse por el mercado de manera justa e igualitaria. Están convencidos que el llamado mercado no es un mecanismo idóneo para ordenar de manera eficiente la escasez, la abundancia y las relaciones de producción. Sus creencias ideológicas les impiden aceptar que el mercado pueda ser un ámbito comercial eficiente y justo en donde la oferta y la demanda compiten libremente para establecer un precio equilibrado que satisfaga los intereses de ambos sectores. Por el contrario, están convencidos que el mercado –tal como lo entiende la ciencia económica– no se presenta en la realidad dado que en ese ámbito comercial los precios de los bienes y servicios son fijados unilateralmente por los formadores de precios constituidos por las empresas y los grupos de poder que buscan enriquecerse.
En alto porcentaje de gente adhiere a la idea que el mercado no es un mecanismo transparente e imparcial sino que por el contrario es un ámbito en donde los poderes hegemónicos de la oferta y la demanda imponen sus condiciones para su propio beneficio. Por esa razón, cada vez que los argentinos se refieren al mercado lo hacen de manera despectiva y negativa ya que están convencidos que en ese ámbito de intercambio comercial los poderes económicos realizan todas sus felonías perjudicando a la sociedad que es una simple espectadora de sus maniobras.
Los argentinos no creen en el mercado porque consideran que a través de la búsqueda de intereses personales no se puede construir y ordenar las relaciones económicas en beneficio de toda la sociedad.
Niegan enfáticamente que a través de la libertad económica se pueda beneficiar al colectivo social. Rechazan que sea posible que las voluntades privadas puedan organizarse, vincularse, comerciar, producir y distribuir ingresos de manera justa y equilibrada sin la supervisión del Estado. Consideran que los formadores de precios o grupos hegemónicos son los que verdaderamente manejan el mercado para que todos bailen al compás de sus intereses.
Cabe decir que esta percepción sobre el mercado no es del todo inexacta. Si nos atenemos a los hechos es evidente que en nuestro país hace largo tiempo que no existe un mercado abierto, libre, justo, equilibrado y competitivo. Lo que prevalece en nuestro país es una caricatura de lo que debe ser un mercado según la ciencia económica. Lo que prevalece en Argentina es un cuasi mercado o engendro económico resultado de múltiples manipulaciones e intervenciones de poderes privados y el Estado sobre la oferta y la demanda.
En Argentina no existe un mercado pleno, imparcial, competitivo y libre en la gran mayoría de los ámbitos en donde se entrecruza la oferta y la demanda de todos los factores productivos. No existe un mercado pleno porque no se dan los requisitos esenciales para que eso ocurra. Lo que los argentinos llaman mercado son ámbitos de transacciones comerciales donde no prevalece una plena libertad económica, la igualdad de oportunidades y una competencia sin limitaciones.
Considerar que los espacios de comercialización manipulados por monopolios, sindicatos, comerciantes inescrupulosos y grupos hegemónicos representan a lo que la ciencia económica llama mercado es un grave error porque da lugar a diagnósticos errados y, en consecuencia, a la implementación de erróneas políticas públicas. Esto es lo que ha sucedido en nuestro país. Ante los desajustes generados en los cuasi mercados, controlados o manipulados por diferentes intereses, el Estado intervino produciendo mayores desajustes al alterar todos los mecanismos ordenadores que requiere un mercado para funcionar de manera eficiente. Lo hizo fijando precios por decreto, controlando las ganancias empresariales, regulando todas las relaciones de producción, poniendo tope a los salarios, estableciendo impuestos distorsivos e impidiendo la competencia internacional, entre otras acciones contrarias a la libertad y la competencia económica de la oferta y la demanda. Este tsunami intervencionista –llevado a cabo durante décadas– solo dejo en pie a algunos mercados en donde existe una limitada libertad y competencia económica como es el caso de La Salada. Todos nichos o cuasi mercados marginales que sobreviven porque el Estado no interviene, evaden los impuestos y las grandes empresas no participan.
El desconocimiento de las leyes económicas, los prejuicios ideológicos, la adhesión a modelos económicos fracasados, la presencia de grupos hegemónicos y las intervenciones públicas han sido determinantes para que en nuestro país no exista el mercado pleno que sirva como un eficaz mecanismo ordenador de las relaciones de producción y distribución.
En Argentina –desde su constitución como nación independiente– nunca existió un mercado plenamente libre, competitivo, igualitario y sin intervenciones. El mercado abierto –como se denomina en la ciencia económica– nunca ha existido plenamente en nuestra historia porque siempre existieron intereses particulares y poderes hegemónicos –con la vista gorda de los gobiernos– que intentaron manipularlo para beneficio propio. Sin embargo la inexistencia de un mercado pleno, libre de intervenciones privadas o públicas, no quiere decir que en algunas etapas de nuestra historia económica no haya existido un mercado con importantes márgenes de libertad para ordenar la oferta y la demanda. Hubo períodos (1880-1920) en que el mercado abierto fue predominante y exitoso para ordenar la economía interna y externa aunque existieran grupos de poder que buscaran manipularlo y controlarlo.
`Fue justamente esa manipulación y sus consecuentes efectos negativos lo que determinó la generación de propuestas económicas destinadas a controlar y eliminar el libre mercado y la competencia a través de la intervención estatal. Propuestas que rápidamente se adaptaron al pensamiento colectivo nacional que suele adherir a teorías conspirativas que señalan que nuestra decadencia es consecuencia de poderosos que se aprovechan de los que menos tienen. El hecho es que la sociedad y los gobiernos, en lugar de corregir las imperfecciones del mercado y acabar con sus manipuladores, optaron a partir de 1930 por la intervención progresiva del Estado sobre el mercado hasta hacerlo desaparecer.
La economía de mercado es un sistema muy complejo pero muy eficaz para ordenar las conductas económicas de la sociedad pues está comprobado que mejora los niveles de producción, rentabilidad, distribución e innovación. Es un mecanismo que permite detectar las necesidades de la gente, la escasez y la abundancia de bienes a través del sistema de precios.
El mercado permite innovar y generar riqueza de manera creciente porque permite que todos los factores de la economía pueda competir e intervenir en la producción sin otra limitación que su capacidad de competir con buenos precios y buena calidad de productos. Esta posibilidad es la facilita que todos los partícipes de la economía –grandes, medianos y pequeños– pueden ofrecer y demandar sus productos en paridad de condiciones en aras de lograr el máximo beneficio. El mercado abierto permite que los planes de cada persona o empresa privada se puedan complementar con los planes de los otros miembros de la sociedad que buscan concretar sus objetivos y proyectos económicos. En un mercado abierto –sin manipulaciones ni intervenciones externas– se premia a los eficaces y se castiga con igual rigurosidad a los ineficientes. Las propuestas económicas que no satisfacen las expectativas de la demanda o la oferta por ser inferiores en calidad, variedad o precio no logran sobrevivir al implacable filtro depurador del mercado. En un mercado pleno, libre y competitivo los menos eficientes deben reciclarse y recomenzar con nuevas actividades más productivas si quieren obtener una ganancia o beneficio. Pero lo más relevante es que en un mercado abierto y libre el principal beneficiario siempre es la sociedad porque logra acceder a grandes innovaciones, mayor riqueza, mejores ingresos y mejor calidad en los bienes a un precio menor.
Es cierto que a pesar de las ventajas comparativas que tiene el sistema de mercado tiene sobre otros formatos para organizar la oferta y la demanda muchas veces se necesita del Estado para enmendar errores y manipulaciones que afectan su funcionamiento. Es sabido que el mercado es una herramienta frágil que debe ser custodiada y protegida para que no se la manipule en beneficio de los grupos de poder. Por ese motivo, para que el mercado logre su máximo potencial en beneficio de la gente es fundamental que existan políticas públicas para su mejor funcionamiento. Políticas públicas que no lo destruyan como se hizo en nuestro país sino que ayuden a corregir sus anomalías para que retome el cause que le permite brindar un servicio ordenador libre de manipulaciones.
Es sabido que no basta dejar hacer y dejar pasar, como creían los economistas clásicos, para que el mercado funcione en plenitud. Para que el mercado sea un instrumento efectivo, positivo, justo y equilibrado necesita normas jurídicas que protejan, estimulen y potencien el mercado a fin de que cada integrante de la sociedad pueda participar con absoluta libertad y en igualdad de condiciones para satisfacer sus necesidades.
APUNTALAR EL MERCADO NACIONAL
Son pocos los países del mundo desarrollado que no reconocen que el mercado es el mejor mecanismo para ordenar las relaciones económicas de la sociedad. Hasta los países socialistas más desarrollados han adoptado por el mercado como el mejor instrumento para ordenar de manera eficaz la oferta y la demanda. Por tal motivo, es fundamental que los argentinos dejen de llamar mercado a los cuasi mercados donde prima la manipulación de grupos hegemónicos, la presión sindical y la intervención estatal para definir que producir y los precios que deben tener los bienes. No pueden seguir aferrados a dogmas que la ciencia económica moderna y la experiencia mundial han desacreditado. Deben comprender que lo que existe en nuestro país no son mercados libres, competitivos, transparentes e igualitarios.
Argentina no podrá salir de la decadencia económica si la gente sigue sosteniendo y rechazando al mercado como ordenador eficaz de las relaciones de producción y consumo. No se podrá progresar si sigue sosteniendo que el libre mercado sólo empobrece a la gente y beneficia a los poderosos. No podrá salir de la decadencia considerando que el mercado es una maldición para los trabajadores y vulnerables por lo que no puede tolerarse ni promoverse como ordenador de los comportamientos económicos.
La sociedad debe comprender que el mercado libre y abierto es el mejor ordenador de las conductas económicas que el hombre se ha dado para producir y distribuir la riqueza. Es el sistema que han elegido con éxito las economías de China, Australia, Alemania, Estados Unidos o Japón para apuntalar su desarrollo y bienestar social.
Sin lugar a dudas que para iniciar la senda del progreso será necesario que los argentinos reconozcan que en Argentina no existe el mercado como vociferan sus detractores. Sera necesario que modifiquen sus creencias, dogmas y prejuicios sobre el mercado. Que abran los ojos para observar que el mercado es el sistema económico que han adoptado los países desarrollados del mundo. Para tal fin es fundamental que abran su mente para no ser víctimas de una matriz ideológica que propone un sistema de ordenamiento de la oferta y la demanda regulado por el Estado que es inconducente para el bienestar general.
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