Ernesto Sandler
POLÍTICA ECONÓMICA Junio 2024

Los ricos son personas non sanctas


Los argentinos están convencidos que ser rico y tener un buen patrimonio es sinónimo de ser corrupto, explotador de los trabajadores o mala persona.

La mayoría de los argentinos tiene una mirada solidaria y benevolente hacia la gente carenciada, vulnerable o que vive en la pobreza. Por el contrario su opinión es muy negativa hacia quienes consideran que poseen un elevado patrimonio económico o tienen altos ingresos en comparación a la media salarial. Las razones y causas de esta valoración son múltiples, siendo relevante la incidencia que ha tenido la religión católica, las ideologías socialistas y los postulados del movimiento peronista.

El sociólogo Max Weber fue uno de los primeros en sostener que el rechazo y descalificación hacia la gente rica en buena parte de Occidente se debió en gran medida al catolicismo que tomó como estandarte de su evangelización las palabras de Jesús: “Es más fácil que un camello pase por el agujero de una aguja que un rico entre al Reino de los Cielos”.

La desconfianza hacia los ricos y su descalificación tuvo como contrapartida una mirada complaciente y positiva hacia los menesterosos a punto tal que muchos integrantes de la Iglesia Católica sostienen que los pobres son los verdaderos hijos de Dios. Bajo esa creencia los enaltecieron mientras que los ricos fueron denostados y acusados de ser los responsables de la pobreza y injusticia social prevaleciente. 

Nuestro país no estuvo exento de recibir la influencia del catolicismo por lo que culturalmente tiene una mirada negativa hacia los ricos y una valoración positiva hacia los pobres. 

Durante el Virreinato la enseñanza oficial estimulaba una actitud solidaria hacia los pobres al tiempo que la Iglesia desde su pulpito expresaba su animosidad hacia los sectores pudientes de la sociedad por no ser solidarios con los que padecían necesidades. A partir de la Independencia los argentinos continuaron sosteniendo el ideario heredado de España por lo que tuvieron una actitud piadosa hacia los menesterosos y mantuvieron su desconfianza hacia los ricos representados por los comerciantes y terratenientes de la época. 

En la etapa posterior a la Organización Nacional –a fines del siglo XIX– aquella valoración piadosa hacia los pobres y descalificadora con respecto a los ricos recibió un gran impulso a partir de la difusión de las doctrinas socialistas que sostenían que en la sociedad “existían los pobres porque los ricos se apropiaban de los ingresos de los trabajadores dada la forma de producción y explotación capitalista”. Con la aparición de la doctrina marxista se introdujo un nuevo ingrediente a la interpretación socialista al sostener que con el correr del tiempo la clase trabajadora empobrecida finalmente desplazaría a los ricos del gobierno y de las empresas. De esta forma –así como el catolicismo auguraba que el Reino de Dios era para los pobres– el marxismo consideraba que el futuro terrenal era para los trabajadores dado que los ricos y la clase pudiente iban a ser expulsados del poder y sus riquezas expropiadas a partir de una Revolución liderada por el proletariado. 

A principios del siglo XX las ideologías socialistas y marxistas –a las cuales se le sumo posteriormente el ideario fascista– encontraron tierra fértil en nuestro país. Con la llegada de la gran inmigración europea esas ideologías influyeron en los partidos políticos y agrupaciones sindicales logrando consolidar la histórica percepción cultural sobre que la existencia de pobres en nuestro país era consecuencia de los de ricos que se quedaban con la riqueza que les correspondía a la gente de trabajo a los que se les abonaba salarios de hambre

De esta forma, en poco tiempo todos los sectores del trabajo e intelectuales sostuvieron a viva voz que la pobreza de los trabajadores era consecuencia de la existencia de avaros comerciantes, explotadores empresarios y oligarcas terratenientes. Pensamiento que logró su máxima vigencia con el surgimiento del peronismo en 1945 y el consecuente establecimiento de un modelo de Estado que propagó la aversión hacia los sectores sociales que tenían riquezas y rechazo a la actividad privada al sostener que los empresarios capitalistas eran los enemigos de los trabajadores. 

A partir de la adhesión de las mayorías sociales a los postulados peronistas, en nuestro país se consideró como un acto de justicia y solidaridad apoyar a los trabajadores mientras que se consideró que era una causa noble y revolucionaria combatir a los capitalistas y ricos. De esta forma una gran mayoría de los argentinos apoyaron las políticas y leyes que beneficiaban a los trabajadores y sus sindicatos mientras que exigieron el control, intervención y eliminación de la actividad privada por considerarla la madriguera de los ricos. A partir de esa percepción social muchas empresas privadas fueron estatizadas, el libre mercado fue cancelado, los trabajadores enaltecidos, los sindicatos empoderados y el Estado fue puesto como juez supremo para favorecer a los sectores vulnerables y castigar a los ricos explotadores.

LA MIRADA NEGATIVA HACIA LOS RICOS 

En las primeras décadas del siglo XXI, aunque las etiquetas puestas que a los sectores adinerados y a los carenciados han cambiado - de acuerdo a los discursos de moda- en el pensamiento colectivo siguen prevaleciendo con firmeza los preceptos heredados de las enseñanzas religiosas, las ideas socialistas y consignas peronistas. Esos postulados siguen sosteniendo con firmeza y convicción que el padecimiento de la gente de trabajo y el aumento de la pobreza en vastos sectores de la población son consecuencia un sistema económico dominado por ricos empresarios, financistas, comerciantes, terratenientes, corporaciones multinacionales, exportadores y unicornios tecnológicos. Aunque en algunos breves periodos pareciera que esa postura ideológica se abandona o entra en declive esto nunca sucede. Es solo un espejismo pasajero porque de manera recurrente los argentinos sostienen y acusan a los ricos de ser los culpables de sus padecimientos y pobreza. 

La creencia cultural, fuertemente arraigada entre los dirigentes y la sociedad, que la pobreza es consecuencia de un sistema económico que favorece a los ricos y poderosos fue determinante para impulsar un modelo de Estado cuyo objetivo principal es quitarle a los poderosos su riqueza mal habida para distribuirla entre los pobres y los trabajadores. Por esta razón, desde hace tiempo los gobiernos en nuestro país distribuyen dinero y bienes entre los carenciados, limitan la actividad privada, cancelan la libertad económica, descalifican a los ricos empresarios e incrementan los impuestos a los inversores, productores, comerciantes y empresas por considerar que sus ingresos los obtienen a costa de los trabajadores explotados.

Mientras países como Estados Unidos, Japón, Alemania, Korea del Sur, Singapur o Canadá –entre muchos otros países– pretenden que todos los integrantes de la sociedad accedan a altos niveles de riqueza, en Argentina ser rico o acceder a altos niveles de ingreso está muy mal visto.

Tener dinero es un pecado y un atentado a la justicia social porque se supone que las personas que se enriquecen lo hacen a partir de la explotación de la gente que trabaja.

Forma parte de nuestra cultura nacional descalificar, repudiar, odiar y escrachar a todos los que logran generar un patrimonio y ser ricos porque se tiene la convicción que ser adinerado es sinónimo de enemigo de los pobres y explotador de los trabajadores. Los argentinos descreen –y así lo expresan en todos los ámbitos– que se pueda tener un buen patrimonio a partir del trabajo, la creatividad, el talento, la inversión y el esfuerzo. Están convencidos que ser rico o tener un buen patrimonio es sinónimo de ser corrupto, explotador o mala persona. 

En Argentina las personas que logran tener buenos ingresos y un buen patrimonio tratan de pasar desapercibidas para evitar la descalificación pública, el repudio de los dirigentes sociales, la persecución de la AFIP y el ninguneo de los auto llamados progresistas. Saben que el estigma de ser considerados ricos implica una condena y un fuerte rechazo social. 

A los nacionales les cuesta comprender que en los países que progresan tener dinero bien habido no genera culpas ni es considerado como algo contrario al bien común. Por esa razón, los habitantes de Harlem se cuelgan con orgullo collares de oro con el signo dólar cuando les va bien económicamente mientras que los empresarios que ganan mucho dinero son tapa de la revista Time. En los países desarrollados la gente adinerada no son repudiados ni escrachados por ser ricos. Por el contrario suelen ser un modelo inspirador para vastos sectores de la población que buscan progresar para vivir mejor. Los que triunfan y logran fortunas –como Elon Musk– son elogiados por el aporte que hacen al desarrollo social y nadie los descalifica por la fortuna que lograron, aunque puedan ser criticados por temas vinculados a su gestión empresarial. 

En nuestro país no existe reconocimiento social a la gente que logro fortuna con su trabajo, creatividad o empresa porque los ricos son considerados codiciosos, ambiciosos, explotadores, corruptos y contrarios a la equidad social. Lejos de valorar su aporte en la generación de empleos, creación de riqueza, creatividad o contribución productiva la mayoría de los argentinos clama que se les cobre más impuestos, investigue como hicieron su riqueza o limiten su libertad porque la utilizan para hacerse mas ricos a costa de la explotación de la gente. 

La mayoría de los nacionales piensa que ser rico es una herejía. Por lo tanto la gente adinerada tiene vedado el Reino de Dios y el reconocimiento social. 

En Argentina la actividad privada destinadas a lograr rentabilidad y ganancias son motivo de desconfianza, agravios y ataques por parte de sindicatos, políticos, intelectuales y gobernantes. Los argentinos se resisten a aceptar que el progreso social y económico de las naciones del mundo está impulsado por el deseo de la gente de tener mayor riqueza para consumir, invertir, disfrutar, viajar o acceder a bienes suntuarios. No quieren reconocer que en la era postindustrial y de alto consumo –sea en regímenes como el existente en China o en los Estados Unidos– no se considera que tener dinero sea contrario al bien común o consecuencia de abusos a los trabajadores. Por el contrario, en todos esos países se considera que aspirar a tener dinero y riqueza es el motor y la energía que impulsa a trabajar y progresar. Por misma razón, en la gran mayoría de los países emergentes y desarrollados, se estimula a que la gente aspire a incrementar su patrimonio y riqueza personal.  

UN PAÍS RICO CON CIUDADANOS RICOS 

La aspiración de un buen gobierno es que todos los habitantes puedan acceder libremente a altos niveles de riqueza para vivir con un elevado bienestar. Esto no quiere decir que el Estado no tenga la obligación y el mandato de erradicar los privilegios o beneficios logrados de manera indebida e ilegal. Lo negativo no es ser rico sino permitir que ese status económico se logre a través de la exclusión, la explotación, la desigualdad, delinquiendo, sometiendo a los trabajadores o robando a las arcas del Tesoro público. Es justamente ante esos hechos en donde el Estado debe actuar con firmeza para impedir abusos, al tiempo que debe generar las condiciones económicas para que toda la población tengan la posibilidad de obtener altos ingresos y ser ricos.

El objetivo de todo gobierno es generar un país rico con ciudadanos ricos. Para ese fin es necesario que los argentinos aúnen sus esfuerzos para construir un sistema social y económico donde todos tengan iguales oportunidades de trabajar, producir y enriquecerse. Donde todos puedan lograr de manera honesta la mayor cantidad de riqueza. Donde todos los habitantes puedan aspirar a ser ricos sin que esto implique ser denostados y perseguidos como enemigos de la sociedad. Argentina podrá ser nuevamente una Nación poderosa cuando sus habitantes tengan la posibilidad de ser ricos y exista un reconocimiento positivo hacia quienes logran aumentar su patrimonio con esfuerzo, creatividad e ingenio.

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