Mientras los argentinos reclaman libertad de acción para emprender una actividad económica proponen que se limite esa libertad cuando la actividad la realizan otros emprendedores.
Los argentinos son portadores de dos opiniones diferentes y opuestas sobre cómo deben funcionar el sistema económico donde interactúan para trabajar, comerciar o producir. Tienen una opinión cuando emprenden una actividad de manera individual y otra totalmente opuesta cuando analizan como debe ser el sistema económico que debe prevalecer para regular las relaciones económicas de todos los integrantes de la sociedad. Esta visión diferente hace que en el pensamiento de la mayoría de los argentinos convivan dos idearios antagónicos.
Al emprender en forma individual una actividad económica reclaman plena libertad para poder llevar adelante sus proyectos. Por esa razón se quejan cuando los organismos públicos les exigen realizar trámites burocráticos para habilitar sus emprendimientos o cuando les cobran elevados impuestos que reducen sus ingresos. Quieren ser independientes y no tener limitaciones para llevar adelante sus sueños. Quieren ser artífices de su propio negocio y quedarse con la totalidad de los ingresos que generan con su esfuerzo.
Sin embargo, ese deseo de libertad individual y rechazo a las limitaciones impuestas por el Estado no existe cuando expresan sus ideas sobre cómo debe ser el sistema económico que debe prevalecer para toda la sociedad. Mientras reclaman libertad de acción cuando emprenden por cuenta propia sostienen todo lo contrario cuando se refieren a las variables macroeconómicas. En esos casos la gran mayoría de los argentinos sostiene que es necesario limitar la libertad económica del mercado por considerarla negativa y en muchos casos contraproducente para el bienestar social. Por ese motivo, exigen que el Estado panifique, intervenga, fiscalice y regule el sistema económico. Consideran que si prevalece la libertad económica se generan desigualdades y abusos porque los empresarios, comerciantes e inversores aprovechan esa libertad para enriquecerse a costa de los trabajadores, consumidores y sectores vulnerables. Si la libertad económica se extiende a todo el sistema económico –afirman– solo se benefician a los poderosos mientras el resto padece desigualdades, injusticias y salarios que no permiten tener una vida digna.
El ideario bipolar que tienen los argentinos sobre la aplicación de la libertad económica fue determinante para que a partir de principios del siglo XX las mayorías sociales impulsaran un modelo de Estado caracterizado por regular, supervisar e intervenir en todas las variables macroeconómicas a fin de evitar que la libertad económica se extienda más allá de ciertos límites y determinados espacios del mercado. Las consecuencias de ese modelo estatal han sido muy negativo para la micro y macro economía argentina. Entre sus efectos se puede señalar una inflación crónica; el creciente déficit público; la apropiación vía impositiva del 50% de los ingresos que corresponden al trabajo y la producción; la falta de competitividad internacional; los bajos ingresos per cápita y la existencia de un parque industrial reducido entre otras decenas de consecuencias negativas.
Sostener un ideario contrario al establecimiento de libertad económica ha dado como resultado una economía privada reducida, poco productiva y de baja rentabilidad.
El establecimiento de un modelo de Estado omnipresente y responsable de llevar adelante infinidad de políticas públicas no generado el progreso y bienestar prometido. La educación primaria pública se encuentra entre las peores de la región de acuerdo a las Pruebas Pisa, mientras que el 50% de los estudiantes secundarios abandonan sus estudios. La salud pública no garantiza prevención ni atención a amplios sectores de la población por falta de estructuras edilicias, insumos básicos, equipamiento técnico y personal médico, que –entre otros padecimientos– debe esconderse bajo llave para protegerse de ataques vandálicos de los pacientes mal atendidos. Las villas de emergencia se han multiplicado en un 400 % en los últimos 20 años y siguen careciendo de los servicios que permitan una vida digna. El déficit habitacional alcanza a 7 millones de personas mientras que la grandes centros urbanos y rurales carecen agua potable, luz, gas e internet.
La inseguridad es moneda corriente en la medida que toda persona que circule por las calles puede ser una víctima del delito mientras que el narcotráfico se ha instalado en muchas ciudades del país sin que pueda ser erradicado. Finalmente, mientras que uno de los principales objetivos del Estado es preservar el valor de la moneda para que la gente pueda atesorar sus ingresos y planificar sus actividades económicas, el Banco Central se ha caracterizado por degradar la moneda haciendo que carezca de valor.
Es cierto que los últimos años, ante semejante decadencia económica, muchos argentinos han comenzado a dudar del modelo de Estado omnipresente, regulador e intervencionista que promovieron durante más de 80 años. Esa desconfianza hacia las políticas estatistas ha sido una de las razones que llevaron a Javier Milei a la presidencia del país en 2023. Sin embargo, los actuales cuestionamientos hacia las políticas estatales reguladoras e intervencionistas no han podido alterar de manera significativa el ideario bipolar en cuanto a los alcances que debe tener la libertad económica social e individual. Si bien los argentinos coinciden en describir al Estado como deficitario, generador de inflación, abusivo en su presión impositiva, corrupto e ineficiente en sus obligaciones para con la educación, la salud, la seguridad, la justicia y la promoción del trabajo, la gran mayoría sigue pensando que estas deficiencias están relacionadas con los malos gobernantes. Se resisten a considerar que la causa de la decadencia económica radica en el modelo estatal omnipresente que asfixia y limita la libertad en todas las actividades que emprende la sociedad. Casi toda la clase política y sindical –más vastos sectores de la población– no reconocen que la causa de nuestra decadencia son las políticas públicas que impulsan un modelo de Estado que limita la iniciativa privada, el mercado y competencia.
Un alto porcentaje de la sociedad y de sus dirigentes más representativos no aceptan que la principal causa de nuestra decadencia ha sido cancelar, limitar o prohibir la libertad económica en favor de un modelo de Estado omnipresente. Un modelo de Estado que impide emprender libremente una actividad económica. Un modelo de Estado que obliga al 40% de los argentinos a ingresar al mercado negro para poder trabajar o emprender un negocio a fin de no ser castigado por más de un centenar de impuestos. Un modelo de Estado que ha llevado a que el 42% de la población viva en la pobreza por falta de oportunidades. Un Estado que ha destruido la cultura del trabajo a partir de la distribución de dadivas y planes sin contraprestación alguna. Un Estado que expulsa todos los años a miles de jóvenes a otros países porque en Argentina no tienen futuro.
Aunque no lo expresen abiertamente, muchos argentinos siguen mirando con malos ojos las propuestas de libertad económica para ordenar la producción, el comercio y el trabajo social.
La mayoría de los nacionales –incluidos los que se auto perciben como liberales– siguen apoyando el ideario que sostiene que el Estado debe regular la macro economía y gran parte de la micro economía porque consideran que la libertad plena es negativa porque afecta a los que menos tienen y enriquece a los poderosos. Por esa razón, se sigue reclamando que el Estado se haga presente para subvencionar determinadas actividades; controlar precios; congelar las tarifas de servicios públicos; aumentar los presupuestos educativos; realizar obra pública; incrementar los haberes jubilatorios; y subir los sueldos, entre otras acciones incuestionables desde la perspectiva solidaria pero imposible se sostener económicamente si no se quiere tener un Estado deficitario que promueve la inflación e incrementa la pobreza social.
La bipolaridad ideológica sobre los alcances que debe tener la libertad económica ha sido fatal para el progreso de nuestro país. La creencia que la libertad daña a los trabajadores y beneficia solamente a los grupos de poder ha sido muy negativa. Si los argentinos quieren progresar no pueden seguir descalificando la actividad privada, la libertad económica, el libre mercado y la competencia. No pueden seguir proponiendo un modelo de Estado que intervenga y regule todo el sistema económico dejando poco espacio a la actividad privada para que pueda emprender sin ataduras y condicionamientos.
Los argentinos deben comprender que es imposible compatibilizar un ideario que reclama Libertad para mí al tiempo que exige la cancelación de la libertad para los otros. Deben comprender que económicamente no pueden ser al mismo tiempo el Dr. Jekill y Mr. Hyde. Deben aceptar que para poder trabajar, emprender y progresar como sociedad es necesario habilitar la libertad económica para la gente y cambiar el modelo de Estado centralista, unitario, regulador y omnipresente que se construyó a partir de la anuencia de empresas monopólicas, de sindicatos y del poder político que utiliza la organización estatal para beneficiarse.
Es fundamental que los políticos, economistas y la sociedad comprendan que los países que prosperan son aquellos que han sabido construir una sólida economía privada a partir de la libertad económica. Son aquellos países que han aprendido que mientras más crece la rentabilidad de la actividad privada, los salarios de los trabajadores y las ganancias empresariales mayores recursos tiene el Estado para llevar adelante políticas públicas para satisfacer las crecientes necesidades sociales.
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